Hoy hamburguesa, mañana hummus

Foto de hamburguesa y hummus

Aproximación a la temática de Interactivos?’19 por Luis González Reyes.

La agricultura supone solo el 3,5% del PIB mundial. Algún economista famoso, premio “Nobel” para más señas, se ha atrevido a decir que, por lo tanto, es una actividad despreciable. Para afirmar eso hay que pasar por alto que la población rural mundial es el 45% de la total, que el 37% de las tierras emergidas se dedican a la agricultura, que el 70% de las extracciones de agua dulce se usan en la agricultura y, sobre todo, que el dinero no alimenta.

Pero modelos agrícolas hay muchos, del mismo modo que los hay alimentarios. Unos, los agroindustriales, son petrodependientes y otros, los ecológicos, no solo se basan en la sostenibilidad sino que son, inevitablemente, los modelos del futuro.

La expansión de la agroindustria...

Durante la segunda mitad del siglo XX, la productividad agrícola se multiplicó por 3-4 y las cosechas, por 6. Las claves para conseguirlo fueron la mecanización, la utilización masiva de insumos de síntesis (fertilizantes y pesticidas que provienen fundamentalmente de combustibles fósiles y de la minería), el incremento del regadío y de la extensión agraria, y el desarrollo de variedades híbridas (semillas seleccionadas homogéneas y muy productivas gracias al uso de pesticidas y abonos), todo lo cual requirió de explotaciones en monocultivo cada vez mayores. Es decir, la alimentación agro-ganadero-silvo-industrial (que vamos a resumir en agroindustrial) es petrodependiente.

Hasta entonces, la agricultura se había adaptado a las condiciones del suelo, clima y plagas de cada zona. Para esto, se optaba por diversificar las semillas y los cultivos (el policultivo). Pero la energía fósil en forma de abonos, pesticidas y maquinaria permitió homogeneizar las condiciones ecosistémicas de distintos lugares pudiendo usarse las mismas variedades híbridas en territorios muy distintos. Además, las consecuencias de la uniformidad (agotamiento del suelo, vulnerabilidad ante plagas) se pudieron esquivar temporalmente usando más derivados del petróleo.

El modelo agroindustrial implicó un cambio fundamental desde el punto de vista energético. La agricultura tradicional produce 9 unidades de energía (en forma de alimentos fundamentalmente, pero también de combustibles como la leña o de fertilizantes) por cada una que emplea (en trabajo humano y animal, en fabricación de herramientas, etc.). Pero la agroindustria consume 1,25 unidades de energía por cada unidad que produce, sobre todo por los fertilizantes y la maquinaria, aunque también contribuyeron otros factores como la apuesta masiva por el regadío. Pero, si se considera el conjunto del proceso, en el que la producción y el consumo están globalizados, el consumo energético es mucho mayor: en EEUU se requieren al menos 7,3 unidades energéticas por cada una producida. Así, la agricultura ha dejado de ser una fuente energética para convertirse en un sumidero energético para que los cuerpos humanos puedan metabolizar combustibles fósiles.

Y este sistema es profundamente injusto. Por un lado, el campesinado que no puede ajustarse a la demanda (o a las normas sanitarias y de calidad) queda fuera del mercado con la única alternativa del desarraigo, la proletarización y el hambre. Además, se produce una rebaja paulatina de los precios de venta de los productos agropecuarios. El campesinado incluso está perdiendo el control de las semillas. Una consecuencia es que en los espacios centrales la agricultura es casi en su totalidad una agricultura sin campesinado, altamente industrializada, que utiliza mano de obra inmigrante en condiciones de hiperexplotación. Mientras, en las periferias se produce el suicidio de cientos de miles de campesinos/as al no poder afrontar las deudas en las que les ha metido el sistema agroindustrial. El pequeño comercio, termina teniendo un final similar, pues las empresas de distribución son quienes se quedan con el grueso del beneficio. Mientras, las grandes corporaciones determinan el tipo y la calidad de los alimentos, su coste, y cómo y dónde se producen o elaboran, bajo la única guía del beneficio monetario. Es decir, muchos pueblos han perdido su soberanía alimentaria a manos de las multinacionales y los grandes capitales. Esta pérdida se traduce en una dependencia nutricional, financiera, tecnológica, energética y de insumos del mercado global y en una apuesta por recursos escasos y no renovables.

y su contracción

De modo que nuestro sistema agroalimentario depende los combustibles fósiles pero… estamos empezando a vivir su final. Desde 2005, está descendiendo la capacidad de extracción del petróleo convencional (el petróleo “bueno” que ha sido el grueso del que hemos utilizado). Los que van quedando, y no por mucho tiempo, son los crudos no convencionales, que son los más caros, difíciles y de peor calidad (los que se extraen mediante fracking, las arenas bituminosas, los extrapesados, los de aguas ultraprofundas o del Ártico). Y lo mismo le ocurrirá en muy pocos años al gas y al carbón.

Frente a este agotamientono hay mix energético alternativo equivalente a los combustibles fósiles. Que el petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética básica no es casualidad. El petróleo se caracteriza (en algunos casos, se caracterizaba) por tener una disponibilidad independiente de los ritmos naturales; ser almacenable de forma sencilla; ser fácilmente transportable; tener una alta densidad energética; estar disponible en grandes cantidades; ser muy versátil en sus usos (combustibles de distintas categorías y multitud de productos no energéticos, como los fertilizantes y pesticidas); tener una alta rentabilidad energética (con poca energía invertida se consigue una gran cantidad de energía neta); y ser barato. Una fuente que quiera sustituir al petróleo debería cumplir todo eso. Pero también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un entorno fuertemente degradado. Ni las renovables, ni la nuclear, ni su combinación es capaz de sustituir a los fósiles. Y esto es especialmente cierto en sectores como el agroindustrial, que no tiene alternativas factibles a los fósiles en la fertilización, el trabajo de la tierra, el control de plagas, el cosechado, el empaquetado o la distribución.

El actual sistema alimentario también quebrará fruto de que la producción de las cosechas es probable que descienda como consecuencia de un conjunto de factores interrelacionados y claves en el sostén de los agrosistemas. Por un lado, el cambio climático disminuirá la productividad vegetal en las zonas intertropicales y en muchas del resto del planeta. Una disminución que ya está comenzando. Entre los factores que influirán en esta disminución estará la menor disponibilidad de agua dulce: el cambio climático causará que muchos acuíferos se salinicen por el aumento del nivel del mar, que se pierdan las reservas de agua helada de los glaciares y, en determinadas regiones, desciendan las precipitaciones y aumente la evaporación. Todo ello con mayores dificultades para acceder a la desalación o al bombeo de agua de grandes profundidades en un contexto de agotamiento general de los acuíferos. Al cambio climático y al agotamiento del agua se añaden la disminución de la fertilidad de la tierra fruto de la sobreexplotación. También la incapacidad de mantener una fertilización mineral como hasta ahora, ya que recursos estratégicos como el fósforo también están dando muestras de agotamiento.

Así, se terminará el paradigma de la homogeneización y tendrá que volver necesariamente el de la diversificación, pero partiendo de tierras degradadas. Por supuesto, esta situación será diferencial en función del territorio (impactos del cambio climático, técnicas de cultivo, grado de degradación, etc.).
 

La emergencia de la agroecología

Conforme vaya quebrando el sistema alimentario agroindustrial, con el fin de reducir costes de transporte y garantizar el autoabastecimiento local, se irán desarrollando emprendimientos agrícolas en las cercanías de los núcleos urbanos y dentro de ellos. Esta agricultura será, inevitablemente, distinta de la industrial. Se pasará del latifundio al minifundio, del monocultivo al policultivo, del tractor al caballo y a la fuerza humana, del regadío al secano, del agua fósil a la de lluvia, de las semillas híbridas y transgénicas a las variedades locales, de los alimentos no estacionales a los de temporada, de la producción para exportar a la producción para el autoconsumo y el mercado local. Entre los cambios, probablemente el más relevante será la primacía del cultivo ecológico. Se usarán la rotación de cultivos, los abonos orgánicos (estiércol, compost, abono verde), las técnicas naturales de control de plagas y malezas (acolchados, plantas, fomento de la presencia de depredadores naturales), etc.

Los cambios no solo afectarán a cómo se obtienen los alimentos, sino a cuáles se priorizan. Es probable que se reduzca el consumo de carne debido a la mayor intensidad energética de su producción y a la necesidad de más tierra y agua. En compensación, las legumbres ocuparán un lugar más destacado como fuente de proteínas.

Esta agricultura dejará de ser deficitaria energéticamente para volver a ser excedentaria. Además, a medida que se extienda, podrá contribuir a “enfriar el clima”, a luchar contra el cambio climático.

La articulación social de este nuevo modelo alimentario podrá ser profundamente injusta en forma de un nuevo feudalismo, por ejemplo. Pero también podrá ser mucho más justa, en base a lo que persigue la agroecología. En realidad, este último modelo está ya muy vivo en distintas partes del mundo en forma de agricultura campesina y familiar. Es más, la mayoría de las explotaciones del mundo son pequeñas, el uso de insumos de síntesis y de maquinaria resulta minoritario a nivel mundial, parte del campesinado todavía controla sus semillas y la mayoría de la comercialización es local. Además, hay poderosos movimientos sociales agrupados alrededor de la Vía Campesina que impulsan y practican el modelo agroecológico.

Sobre Interactivos?’19

El inevitable colapso del modelo agroindustrial representa riesgos evidentes, pero también grandes oportunidades de transcender un modelo alimentario que es injusto e insostenible sustituyéndolo por uno agroecológico. Este último conjuga el cultivo ecológico, la distribución en canales cortos y la soberanía alimentaria, con todo lo que conlleva: control de la tierra y de las semillas por el campesinado, autonomía económica, etc.

La transición implica desafíos a escalas y ámbitos distintos. Todos ellos son susceptibles de ser abordados mediante proyectos colaborativos de prototipado que pueden presentarse a esta esta convocatoria de Interactivos?. Para ver ejemplos de proyectos inspiradores, pinchar el siguiente link: https://www.medialab-matadero.es/noticias/proyectos-inpiradores-interactivos19.

Tipo de post
Blog
Autor
chema_blanco
Etiquetas
#Colapso #energía #agroecología