Lorena Iglesias

Autora, actriz y miembro del colectivo Canódromo Abandonado, con Julián Guenisson y Aaron Rux. Hacen actuaciones en vivo y piezas audiovisuales de humor claustrofóbico sobre obsesiones tan dispares como el lenguaje corporativo, el ahorro, el deterioro cognitivo, los pies y el infierno. En 2013 estrenan en el Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges su primer largometraje, La tumba de Bruce Lee, actualmente disponible en filmin. Su último proyecto, la obra de teatro multimedia Tres en coma, en colaboración con el director y dramaturgo Juan Cavestany, se ha estrenado en el Fringe Madrid. Como actores, Lorena y Julián han participado en películas como Cabás (Pablo Hernando, 2012), Gente en sitios (Juan Cavestany, 2013), Todos tus secretos (Manuel Bartual, 2014) o Magical Girl (Carlos Vermut, 2014).

 «Nuestro método de trabajo reúne la soledad del cómico de stand-up, las herramientas del artista (un artista que ha vivido tiempos mejores) y el temperamento del científico, mezcla de humor (no hay objetividad sin humor) y melancolía (el mundo no es plenitud, filetón al que hincarle el diente, sino una suma de lagunas que hay que apresurarse en rellenar con pensamientos). De ahí que, constantemente, estemos experimentando con los códigos y los formatos, es decir arrepintiéndonos de todo. No es que la vida sea paródica y necesite una interpretación, como escribió Bataille, sino que la vida es interpretación y por ello debe parodiarse. Eso es lo que, por lo menos, intentamos hacer a través de nuestros géneros favoritos: la sitcom precaria, la coña filosófica o el videoensayo. Así, cuando recurrimos a determinadas herramientas anticrisis (el collage de imágenes de archivo o las narraciones desganadas con Loquendo, la voz digital de las paradas de autobús) o a un lenguaje audiosivual empobrecido (el pixelado policial, la estética de locutorio, la soledad infinita de los videotutoriales de YouTube) para reflexionar sobre las convenciones audiovisuales o la inteligencia artificial (la artificialidad de la inteligencia), no estamos proponiendo una interpretación del mundo, sino que intentamos protegernos de toda interpretación posible como si fuera el demonio. La idea no es tanto explicar o recrear la realidad como «doblarla» (el mundo está estructuralmente doblado y no hay versión original posible); no tanto manipular el espacio como el aire del que se compone; crear atmósferas enrarecidas en las que se disuelve tanto el sujeto como el objeto; elaborar una especie de cerebro digital – a la vez colectivo e impersonal, lleno de lagunas y olor a cables pelados – para procesar los estímulos que nos llegan del mundo en forma de imágenes y sonidos, y, mediante el trabajo del sonido o el montaje, etc., deformarlos, diluirlos, pellizcarlos hasta hacerles sangre, hasta la siguiente intentona fallida».