Un taller de música en Villaverde Experimenta

Villaverde Experimenta

Por Víctor Manuel Clemente Moneo

Una tarde de octubre de 2016, sentado en el sofá de casa ojeando Facebook, me encontré la página de Medialab Prado Villaverde Experimenta, en la que se presentaba un programa para llevar a cabo proyectos socioculturales para el distrito madrileño de Villaverde. Así, casi sin querer, pensé que podía enviar mi idea de «taller de música», un espacio donde vecinas y vecinos se encontraran para… hacer música. Así de sencillo, sin más profundización.

Yo ya tenía cierta idea al respecto, pues había trabajado en un programa de la Comunidad de Madrid llamado Aulas Abiertas, cuya dinámica consistía principalmente en el uso extraescolar de las aulas de música de distintos colegios públicos en los distritos de Madrid más desfavorecidos para que toda persona –niños, niñas, jóvenes y adultos, de cero a noventa años– pudiera acercarse a aprender a participar y formar grupos de danza o música. Este programa intentaba suplir la falta de actividades de este tipo en centros culturales, con muy buena intención, pero resultados insuficientes, dada la poca dotación de instrumentos y la imposibilidad administrativa de continuidad.

Años después, pensé que tal vez habría una oportunidad de continuar de alguna manera con aquella hermosa idea.

Yo llevaba un montón de años alejado de las actividades musicales y las echaba y echo de menos: una persona necesita algo más que dedicar su tiempo a la supervivencia y al trabajo intenso. Para sentir que la vida vale la pena necesita socializar el tiempo libre con actividades creativas, culturales y de mejora de nuestros barrios. Actividades compartidas con gentes que nos aportemos bienestar y felicidad. Y, en mi opinión, la música es la reina para este objetivo, ya sea tocando un instrumento, cantando, bailando…, pues está demostrado que estas actividades mejoran nuestra autoestima personal y social.

La verdad es que no creí que aquel mensaje con mi peregrina idea fuera a tener eco.

Cuál fue mi sorpresa –y un punto de agobio– cuando, al cabo de unos días, recibí la notificación de que mi idea del taller de música había sido seleccionada junto con otras nueve más que iban a desarrollarse en el distrito. Fuimos convocados un sábado por la mañana en la Nave Boetticher, que, desde su inauguración en 2012, había permanecido cerrada. Le pedí a un amigo que me acompañase como apoyo, dada la incertidumbre sobre de qué iba a ir eso, cuánta gente seríamos, si conocería a alguien… Seguramente, además, habría que exponer de viva voz el proyecto y me intimidada, lo reconozco. Afortunadamente, todo resultó muy fácil, pues las personas que aportaba el programa Experimenta Distrito eran amables y conciliadoras, y proporcionaban seguridad a la hora de estar y exponer los proyectos, siempre quitando hierro y aligerando el ambiente para que la reunión discurriese, como así fue, de un modo sosegado, grato y relajado. Un círculo de unas cien personas en una sala acristalada y amplia aledaña a la gran nave. Excelentes profesionales de los que guardo gratos recuerdos.

La Nave es una construcción de gran belleza y plasticidad con un gran gasto en rehabilitación y mantenimiento, pero, a pesar de la calidad de su espacio e instalaciones, ambos necesarios para el distrito, no parece producir ningún beneficio para Villaverde. De hecho, desde un principio, todos tuvimos claro que una de las reivindicaciones sería la reclamación de ese espacio para uso de los habitantes de Villaverde. Como ya se sabe, nunca ha sido así, excepto en contadas ocasiones. Todo un desencanto, desilusión y frustración.

Llegó el día del encuentro con el resto de participantes (diez grupos, diez proyectos) y, cómo no, había personas que se habían inscrito en el taller de música y que conocimos esa primera tarde: Jean-Marie de Ruanda; dos jóvenes norteafricanos Dakkouch  de Argelia; un joven marroquí; Carmela Luna, una niña de doce años estudiante de saxofón cuyos padres también habían elaborado un proyecto para Villaverde Experimenta; y yo mismo. Otro inscrito, Juan Luis, solo estuvo en una sesión, pero sus aportaciones fueron decisivas para el resultado y la conclusión final del proyecto.

Ese primer encuentro fue muy especial. La variedad de personas en cuanto a edad, género y procedencia conformaba un grupo muy interesante que reflejaba la realidad de la sociedad diversa del Villaverde del siglo xxi. Todos los talleres se presentaron, hubo que hacer una pequeña exposición de las ideas y las personas participantes. Nosotros preparamos un pequeño canon africano que resultó muy divertido y reafirmó la idea de que la música es el lenguaje más universal, pues, aunque teníamos muchas dificultades para entendernos verbalmente, con la música no hubo ningún problema.

Después de ese primer encuentro, en las siguientes sesiones nos encontramos con un cierto grado de desconcierto: faltaron Jean-Marie, Dakkouch y el chico marroquí, y no volvieron más. Como no habíamos cogido los teléfonos de contacto, solo nos quedó el magnífico recuerdo de un primer encuentro tan satisfactorio. Y también el de que ellos lo que querían hacer era percusión, tocar el yembé y las darbukas.

De repente nos vimos navegando entre una cierta soledad y un mar de dudas, con una idea que parecía imposible y seguramente no llegaría a ningún sitio, solos Carmela y yo. Entonces fue Carmela la que me motivó con su presencia y colaboración incondicionales, y dio el impulso para continuar el trabajo. Llamamos a Juan Luis, que aportó una página web y otra de Facebook para difundir el proyecto, y nos animó a documentarnos sobre otros proyectos musicales que se hubiesen llevado a cabo en otros ámbitos o países.

Y así surgió la gran idea: comenzamos a soñar con una futura casa de las artes en Villaverde. Fue Carmela quien propuso esa gran idea con ese magnífico nombre: Casa de las Artes de Villaverde. Un proyecto propio de una cabeza joven llena de ilusión, sin prejuicios ni limitaciones. Hizo un gran mural que, con sus fantásticos dibujos, representa un camino que parte de una idea en explosión (el encuentro en la Nave en el que dos personitas se palmean una mano con otra) y pasa por distintas etapas y dificultades hasta que, al final, ahí está: una hermosa casa de las artes en la Nave Boetticher.

Esta primera fase sirvió para conocer otras experiencias de construcción de espacios similares, donde compartir, aprender y desarrollar actividades musicales. Descubrimos que había proyectos parecidos en Colombia, en Brasil… y en Venezuela, donde el programa El Sistema, iniciado en 1975, ha conseguido que cientos de miles de niños, niñas y jóvenes de los lugares más recónditos y pobres hayan formado orquestas por todo el país (uno de aquellos niños es el reputado director de orquesta, mundialmente conocido, Gustavo Dudamel). Pero donde encontramos la experiencia más sorprendente fue en España, en Valencia, que podríamos denominar «la tierra de las dos mil bandas musicales», pues hasta los municipios más pequeños tienen su banda de música, integrada por vecinas y vecinos de todas las edades.

Todo esto nos permitió pasar de la idea inicial del taller de música a una más concreta: la primera banda de música de Villaverde. La banda surgiría de pequeños talleres musicales distribuidos por el distrito, con protagonismo de las asociaciones vecinales, los colegios públicos, etc. Es un proyecto que necesitaría un importante apoyo institucional, espacios y financiación, así como cambiar el actual paradigma sobre las artes y la cultura en Villaverde (un distrito con una población de 145.000 habitantes).

En un primer momento, el proyecto tuvo continuidad. En febrero de 2016, se constituyeron los Foros Locales en Madrid y fui elegido coordinador de la Mesa de Trabajo de Cultura, de modo que, cuando el Ayuntamiento puso en marcha los presupuestos participativos, desde la Mesa de Cultura presentamos el proyecto Banda Escuela de Villaverde, que fue aprobado con un presupuesto de veinticinco mil euros. Un éxito increíble. Pero, en todos estos años, el proyecto no se ha llevado a cabo y nadie se ha puesto en contacto con la Mesa para recabar información ni desarrollarlo. Otros proyectos impulsados desde la Mesa de Cultura del Foro Local de Villaverde sí se han desarrollado, como la Semana Ucraniana, el Tendedero de Libros (destinado a trueque y donación) o el festival de música VillaSound para grupos musicales del distrito. Pero no el nuestro.

Víctor Manuel Clemente Moneo nació en 1955. De niño le fascinaba la música, pero no pudo estudiarla o practicarla como le hubiera gustado. Hoy es taxista y, aunque ha relegado la música a un plano secundario, le sigue fascinando y considera que es una necesidad que las políticas públicas han de tomar muy en serio.

Puedes descargar más abajo el texto íntegro con notas al pie y la publicación de la que forma parte: Laboratorios ciudadanos. Una aproximación a Medialab Prado.

Tipo de post
Blog
Autor
Arancha B