Experimenta Educación. Un balance en tiempos de pandemia

Cartel de la actividad
Experimenta Educación

Quien nos iba a decir, cuando empezamos a diseñar el programa Experimenta Educación allá por noviembre de 2019, que una pandemia pondría todo patas arriba. Y, a la vez, que lograríamos reorientar la propuesta para hacer algo con sentido, más allá del simulacro.


Lo que iba a ser

Experimenta Educación arrancó oficialmente en enero de 2020, como colaboración entre Medialab Prado, la Asociación la Kalle y Hablarenarte. Se proponía abrir pequeños laboratorios de innovación en centros educativos públicos que preparasen el terreno para un laboratorio ciudadano temporal en torno al aprendizaje. Se trataba de explorar, entre el adentro y el afuera de la escuela, una noción expandida de educación. En continuidad con Experimenta Puente de Vallecas, el programa estaba anclado a este distrito, aunque abierto a participantes de otros lugares.

Entre líneas, había un reto: generar marcos para la libre colaboración, inspirados en los modos de hacer del software libre y la cultura digital, que buscasen al mismo tiempo cuidar la vulnerabilidad y compensar la desigualdad. ¿Era posible?

Desde el primer momento, se tomaron una serie de decisiones importantes en este sentido:

  1. En primer lugar, situar como motor del programa un equipo de mediación. Su tarea era acercar Experimenta Educación a los centros educativos públicos y al tejido asociativo que los circunda, animarles a presentar propuestas y ayudarles a engranarlas con los recursos limitados que ponía a disposición Medialab Prado y con las muchas iniciativas e instituciones del distrito. La experiencia previa en Puente de Vallecas de la coordinadora del equipo, Isabel Ochoa, y de una de las mediadoras, Paloma Ortegba, permitía no empezar el trabajo de mediación de cero, sino que se partía de conocimientos y vínculos previos.
  2. En segundo lugar, seleccionar para el desarrollo del proyecto centros públicos con equipos motivados en el aprendizaje colaborativo, pero que no concentrasen ya muchos recursos en esta dirección. Se quería evitar abundar en la abundancia, contrarrestar la lógica que hace que los recursos externos confluyan en los centros educativos con más visibilidad y prestigio.
  3. Por último, contar como aliadas y mentoras locales con Isabel Vizcaíno, maestra de un centro público del distrito, con experiencia en formación del profesorado, y con la Asociación La Kalle, una entidad de largo recorrido y hondo arraigo en Vallekas.

Por complicaciones en las contrataciones, el equipo de mediación, se incorporó in extremis: a la locomotora de aquel tren prácticamente en marcha se subió, además de Paloma e Isabel, Mónica Montoya, con una sólida experiencia en talleres colaborativos.

La sesión inaugural de los mini laboratorios ciudadanos escolares fue un seminario sobre metodologías activas y prácticas colaborativas en el aula celebrado en una de las salas de trabajo de Medialab. En él, docentes y equipo de mediación tuvieron la posibilidad de conocerse y establecer la hoja de ruta inicial. Los niños y niñas trabajarían en aula en equipos cooperativos. Les guiarían su tutora y una de las mediadoras. Buscarían alguna iniciativa del barrio con la que quisieran trabajar. Juntos se harían preguntas y diseñarían una acción o creación que pudiera marcar la diferencia en su entorno inmediato.

Los folios en los que anotamos ideas y modificaciones para el plan olían aún a limpio. En las sonrisas se respiraba el entusiasmo y la curiosidad de lo que acaba de comenzar. Luego habría que entrar en el aula, generar equipo entre niñxs, tutora y mediadora, limar fricciones, conocerse, disparar pero también encauzar la imaginación. Las primeras sesiones serían de tanteo, de hacer grupo, de desbaratar el aula para que durante hora y media sucediesen cosas que rebasaran lo curricular.

Con el proceso ya en marcha en los colegios, se publicó la convocatoria para el laboratorio ciudadano intergeneracional: se celebraría en el IES Arcipreste de Hita y acogería propuestas de grandes y pequeños. Los coles que trabajasen en los laboratorios de aula tendrían ocasión de juntarse entre sí en el instituto, de recibir aportaciones de otros. También podrían contribuir a las propuestas que presentase un AMPA, un grupo de consumo, las médicas de un centro de salud o una charanga del barrio. Iba a ser una fiesta. O así lo imaginábamos. Pero no.


Y sucedió lo imprevisto

Estaban llegando las primeras propuestas para el laboratorio ciudadano intergeneracional cuando nos enteramos. La noticia nos pilló, como a la mayoría, totalmente por sorpresa. Se decretaba el cierre de los centros educativos por un plazo inicial de quince días. Lo que podía haber sido una pequeña pausa se convirtió, lo sabemos ya, en un cambio radical de escenario.

Los comedores escolares se cerraron, dejando a muchos niños y niñas sin la comida equilibrada y saludable que allí se les provee cinco días en semana de septiembre a junio. Se instó a los centros educativos a trasladar la rica dinámica escolar al reducido marco de las plataformas digitales. Así, niños, niñas y jóvenes sufrieron un doble confinamiento: confinamiento en el hogar, como tantas personas adultas, y confinamiento en la pantalla, por la que debería pasar el aprendizaje durante lo que quedaba de curso.

Nunca se hablará lo suficiente del impacto de la brecha digital en los 100 días en los que los centros educativos se mantuvieron cerrados. El acceso desigual a una conexión estable a internet y a dispositivos informáticos se convirtió en brecha educativa desde el momento en que todo se transfirió a canales digitales. Se ha hablado menos, en cambio, de la reducción del aprendizaje que se produjo cuando la dinámica escolar se vio encajonada en una superficie interactiva de entre 4 y 27 pulgadas: limitada la experiencia sensorial, limitadas las interacciones sociales, el vínculo con la comunidad educativa tendió a debilitarse y el proceso de aprendizaje quedó a expensas de los hogares –de los niños y niñas y de lo que sus mayores pudieran ofrecerles, entre (tele)trabajo, labores domésticas, enfermedades, duelos y preocupaciones de futuro.

No fue así en todos los casos. Este empobrecimiento drástico de la experiencia escolar (¿podríamos llamarlo desescolarización?) fue contrarrestado por el esfuerzo de muchos maestros y equipos directivos que se dejaron la piel para llegar a sus alumnos y alumnas y sostener los hilos de la comunidad educativa: para distribuir material que los más pequeños pudieran manipular (cuadernos, libros, lápices, pero también plastilina, colores, tijeras...); para multiplicar los canales de conexión con su alumnado, hacer asambleas de aula por la vía que fuera y lanzar propuestas educativas que excedieran las pantallas; para hacer de lo que estaba pasando objeto de reflexión e investigación colectiva; para mantener el vínculo y transmitir, con gestos además de palabras, que lo que cada uno de ellos y ellas vivía (les) importaba. Las AMPAs/AFAs y redes de vecinales pusieron también su granito de arena o, incluso, impulsaron parte de estos esfuerzos.


No permanecer impasibles

Una vez que estuvo claro que el cierre de los centros educativos no era un breve paréntesis, se abrió la pregunta inevitable: ¿suspendíamos el programa de Experimenta Educación hasta que el horizonte se despejara? En realidad, las previsiones epidemiológicas no permitían augurar un fin próximo de la incertidumbre. Educación y virus se conjugarían juntas por unos cuantos meses. ¿Hasta cuándo permaneceríamos a la espera? ¿No merecía la pena aprovechar los recursos de los que ya disponía Experimenta Educación para dar apoyo al profesorado en sus esfuerzos contra la desescolarización en curso? ¿No era este esfuerzo un laboratorio ciudadano en toda regla, sobre las condiciones del aprendizaje en un contexto pandémico?

En condiciones adversas, con bajas médicas incluidas, nos pusimos manos a la obra. El equipo de coordinación de Medialab Prado movió cielo y tierra para garantizar la continuidad desde el punto de vista administrativo. El equipo de mediación tuvo enseguida claro que, por su parte, lo primero era escuchar: ¿en qué situación se encontraban los centros? ¿Estaban pudiendo conectar con sus alumnos? ¿Estaban proponiendo actividades? ¿Por qué vías? Preguntarse junto al profesorado: ¿qué cosas tenía sentido plantear en el nuevo contexto? Tener la paciencia de no encontrar inmediatamente respuestas, pero no desistir a pesar de ello. También hacer llegar estrategias que se estaban probando en otros colegios.

Lo que apareció primero, lo más evidente, fue la brecha digital. Una generosa donación de móviles de la Asociación La Kalle y la colaboración dela asociación Colaterales del Taxi permitió repartir 20 dispositivos a cada centro adscrito al programa. A través de estos dispositivos, se pudieron convocar sesiones online con alumnos y alumnas algo más concurridas, tantear cómo estaba cada uno y explorar qué se puede hacer en conjunto cuando se está separado.

Por esta misma vía telefónica, llegaron voces invitadas: el médico del centro de salud más cercano, un bombero de la estación de Buenos Aires y también Pilar, de La Garbancita, la asociación de consumo sostenible a unas manzanas del CEIP Amos Acero. En algunos casos para contestar preguntas de niños y niñas, en otros para acompañar semana a semana la compilación de un recetario compartido.

Nacieron grupos de wasap de aula que antes no existían para compartir ideas. Los chavales del CEIP El Madroño aprendieron a hacer Stop Motion con Mónica para su proyecto “Ideas de Bombero”. El tutorial que hizo Paloma para que el alumnado de 1º del IES Arcipreste de Hita pudiera desarrollar un jardín vertical acabó inspirando jardines verticales en las vallas de los centros de primaria La Rioja y Manuel Núñez de Arenas. Fue también una excusa para que niños y niñas se reencontrasen con mascarilla después de eones sin verse. Para que todos nos diéramos cuenta de lo mucho que nos habíamos echado de menos.

Todo esto son maneras de describir cómo, frente al distanciamiento físico, el grupo de mediación se las apañó para mantener el vínculo y dar algo de aire a hogares sobrecargados por el encierro y los aprietes económicos, haciendo equipo con maestras que, pese a la falta de apoyo institucional, ponían imaginación y empeño para que la escuela no se desvaneciera del todo.

Sucedieron también otras cosas: una vez detectada la falta de conexión wifi de tantos niños y niñas, se convocó a asociaciones vecinales y grupos de apoyo para promover que desde viviendas e instituciones se abriera el wifi para uso de sus vecinos en edad escolar. A la vista de los retos que se encontraban en el terreno y de su alcance ciudadano, se diseñó junto a la Asociación Hablarenarte un ciclo de conferencias sobre infancia, escuela y ciudad en tiempos inciertos, en el que participaron personas del programa y otras externas.

Si hubiera que prototipar algo de este Experimenta Educación, más que ninguna metodología, sería un talante: una combinación flexible de sensibilidad, imaginación y compromiso con niños y niñas llenos de ideas y con maestras dispuestas a generar el espacio para explorarlas. Una capacidad para no permanecer impasible ante lo que sucede y ante la manera en que interpela el programa público para el que trabajas. Sospecho que por debajo de ese talante, encarnado maravillosamente por el equipo de mediación, hay toda una idea de lo público que compagina libre colaboración y cuidado de la vulnerabilidad. En el saber-hacer de Isabel, Mónica y Paloma ambos términos no resultaron tan antagónicos.


Marta Malo


(*) Este texto no podía haber sido escrito sin las conversaciones frecuentes con Isabel Ochoa, coordinadora del programa Experimenta Educación. Agradezco su generosidad y su capacidad para no permanecer impasible

Tipo de post
Blog
Autor
laura_bragado