La ética hacker y la potencia de las redes

Procomún

Por Conrado Romo

Toda generación tiene sus mitos. Para muchos de quienes crecimos en la década de los 2000, la idea de la ética hacker fue sin duda eso, un relato con el que nos podíamos sentir identificados, trascendentes y conectados por el potencial de esta idea como motivo para soñar con otros mundos posibles. A pesar de que en esos años internet estaba en un proceso acelerado de crecimiento, aún hacían falta referencias en el mundo hispano de proyectos que calmaran nuestras ansias por imaginar un hacktivismo desde nuestra lengua. Había ejemplos como el portal Indymedia, que, si bien se hacía eco de la idea don’t hate the media, become the media, aspiración compartida entre hackers, punks y miembros del movimiento culture jamming, poseía poca reflexividad sobre su práctica en términos de una nueva política para la sociedad en red; y otros como la lista de correo Nettime-lat o el apoyo al movimiento zapatista de grupos como el colectivo Electronic Disturbance Theater.

Si bien el ánimo por la desterritorialización de las prácticas políticas parecía en su tiempo una prometedora propiedad emergente de las tecnologías digitales (y, con el paso de los años, se demostró que dicha tesis algo de razón tenía), hay quienes seguíamos soñando con encontrar la fórmula de materialización de eso que sucedía en la World Wide Web, tal vez relacionado con los imaginarios detonados gracias a Hakim Bey y sus zonas temporalmente autónomas (TAZ), un poderoso relato que atrapaba conciencias por su potencial liberador y su paralelismo con ciertas situaciones que podían percibirse en las nuevas dinámicas digitales. Bey describió algunas formas organizativas del rizoma electrónico con antelación y propuso, no sabemos si consciente o inconscientemente, una posible transferencia de estas dinámicas a situaciones offline, un mundo material que parecía impermeable a cualquier configuración que no fuera jerárquica.

Imaginarios de territorios otros han existido siempre, pero ha habido pocos eventos tan catalíticos para el desarrollo del pensamiento utopista como el encuentro violento entre las comunidades amerindias y las europeas, con particular productividad a lo largo del siglo xix, en el que las expectativas surgidas por las promesas de libertad, igualdad y fraternidad, y el espíritu emancipador de los habitantes de las colonias ibéricas, despertaban el optimismo por la posibilidad de construir el paraíso en la tierra. La Escuela Falansteriana de Chalco en México, la Nueva Australia en Paraguay o la Colônia Cecília en Brasil  son ejemplos de laboratorios decimonónicos iberoamericanos que se planteaban otras formas de ser y estar en el mundo y que, sin embargo, eran experimentos que reproducían las lógicas de poder y dominación que Europa había extendido por el mundo. De lo anterior, la pregunta pertinente sería: ¿es posible producir espacios que contengan lógicas en red y la fuerza creativa del encuentro iberoamericano sin las lógicas coloniales?

Aquí entra Medialab Prado como presumible respuesta. Hay dos posibles razones por las que conocí el espacio. La primera pudo haber sido por una conferencia del crítico José Luis Brea, a quien entonces seguía por su sitio Aleph-arts, repositorio dedicado a reunir artículos sobre las teorías y prácticas en torno al net.art. Otra posibilidad pudo ser a raíz de la realización del Laboratorio del Procomún impulsado por Antonio Lafuente. La idea del procomún se extendió en ciertos círculos rápidamente al ser una forma hispanizada de las discusiones alrededor de los commons, tan populares entonces gracias a proyectos como Creative Commons o textos como La riqueza de las redes, de Yochai Benkler. Independientemente de cuál fuera primero, el proyecto ha sido a nivel personal un referente de otras prácticas posibles a nivel político, estético y epistémico. Medialab Prado bien podría ser entendido como una heterotopía. Si, «por lo general, la heterotopía tiene como regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente serían, o deberían ser, incompatibles», Medialab podría ser entendido como una utopía localizable, una fábula existente, un contraespacio en el que se permite pensar y estar desde lo otro, desde lo híbrido, desde lo posible pero real, el espejo con una imagen invertida de lo que no es, inversión que abre potencias, caminos múltiples, sin destinos pero con trayectorias fundamentales.

Medialab Prado es, al mismo tiempo, jerarquía y red, programa gubernamental y colectivo social, espacio físico y relación comunitaria, es un lugar en Madrid y al mismo tiempo un proceso deslocalizado distribuido a nivel global. Son estas tensiones las que vuelven a Medialab una referencia de una nueva institucionalidad construida mediante prácticas extitutivas (si algo cercano a eso es posible). En este sentido, estaríamos frente a un ejercicio que pone en práctica esta doble lógica del poder presentado por Enrique Dussel: la potentia (el poder creador de las comunidades) y la potestas (como materialización y continuidad de la síntesis del proceso creador).

Foucault estableció que se podría describir a cada sociedad de acuerdo al tipo de heterotopía que gestara. En este sentido, los laboratorios ciudadanos, teniendo a Medialab Prado como referencia clave de estos, pueden representar la heterotopía de una sociedad en red iberoamericana nutrida por la ética hacker, cuyos contactos e intercambios, su software (potentia) y sus infraestructuras materiales, su hardware (potestas), representen la configuración de un nuevo espacio otro, y cuyo experimento supla los errores coloniales de los laboratorios utopistas al constituirse a partir de las voces, las sensibilidades y las estéticas del sur espistémico. De ahí el planteamiento de que Medialab Prado, así como los demás ejemplos de laboratorios ciudadanos, puedan empezar a entenderse como espacios de liberación, al ser dispositivos de fisión que liberen la energía creadora de la inteligencia colectiva encerrada en la anomia social y la vieja institucionalidad.

Conrado Romo define su práctica profesional en el campo del diseño cívico, la planeación metropolitana, la innovación gubernamental y la participación ciudadana, así como en el de los procesos de extitucionalización y la polemología crítica. Actualmente coordina el Laboratorio de Paz desde lo Común en Jalisco.

Puedes descargar más abajo el texto íntegro con notas al pie y la publicación de la que forma parte: Laboratorios ciudadanos. Una aproximación a Medialab Prado.

 

Tipo de post
Blog
Autor
Arancha B