Ontología asimétrica de un sótano que fue cronotopo

Ontología asimétrica

Por Jara Rocha

Es concebible imaginar un futuro en el que este problema de generar las estructuras vivientes en el mundo sea algo que usted reconocería como parte de su responsabilidad.

Christopher Alexander, 1996

Si la intolerancia se acabara y el mundo sobreviviera a tal fenómeno, habría que construir un nuevo tipo de estructura social.

Turner, 2006

Lo que me hizo querer trabajar en Medialab Prado fue una visita al baño durante una charla que dio el «padre» del software libre en 2009. El lavabo estaba lleno de tazas y platos aún por lavar, y algo en mí pensó: si el baño de una institución pública tiene este grado de domesticidad, quizás sea un sitio donde probar a hacer formas de cultura con menos padres y a otros ritmos. Se daba en ese rincón una tensión entre fuerzas propias de las economías productivas y aquellas de las reproductivas que me sostuvo ahí durante un tiempo.

Compartir las zonas de más intensidad en mi experiencia en Medialab Prado entre 2009 y 2012 podría implicar dispositivos de anclaje muy diversos: metodológicos, temáticos o cronológicos. Pero prefiero usar una herramienta que articuló a su manera un momento muy significativo del laboratorio: el lenguaje de patrones desarrollado por Christopher Alexander y su equipo, publicado en 1977. Este volumen, que es uno de los primeros experimentos editoriales de índole hipertextual, ha sido de referencia y casi hasta de culto en ese viraje que Fred Turner denomina «de la contracultura a la cibercultura» y que hace que resuene de forma deslocalizada en las formas contemporáneas que va ocupando y desocupando lo que desde 1995 se llamó «la ideología californiana» (una paradójica combinación de fuerzas de la contracultura utópica de la vuelta al campo y antibelicista de los sesenta y setenta, por un lado, y del neoliberalismo de determinismo tecnológico que cristalizó en Silicon Valley, por otro). Toda una genealogía de puntiagudas prácticas y personalidades en las que se yuxtaponen n/hombres como Marshall McLuhan, Buckminster Fuller o Stewart Brand hasta llegar a la amalgama de innovación totalitaria de los GAFAM & friends del presente.

Este tipo de utopismo digital implicaba una visión universalizante de las tecnologías que invisibilizaba sus consecuencias socioeconómicas e ignoraba toda una genealogía de trabajos, voces y sensibilidades feministas, queer y anticoloniales. Sin embargo, desde nuestro grupo autoconstituido de investigación en el vector género-tecnología, gestado en el contexto pre-15M, estábamos aprendiendo precisamente a no descartar de plano los dispositivos propios del canon pese a los regímenes de exclusión, daño e incapacitación que acarrean. Los ecociberfeminismos (de los que nos considerábamos herederas) nos habían enseñado que en los entramados tecnopolíticos a menudo se puede dar con grietas u operaciones oblicuas para provocar usos insospechados e incluso convocar agentes inapropiados para las estructuras de aprendizaje, experimentación, crítica y creación de las que urge dotarnos. En otras palabras: estudiar de cerca los dispositivos cuyas genealogías ni nos pertenecen ni nos pertenecerán es una poderosa ocupación de la materia técnica que constituye como práctica un desplazamiento desde las formas culturales probables hasta la apertura transfeminista de los posibles por parte de una comunidad.

Desde un momento de inventiva abierta ante la mediación cultural, se consideró que esta tenía que ver con trabajar con los vínculos entre agentes (humanos o no), bien señalándolos, bien generándolos o bien problematizándolos para considerar los desacoples por venir (y la potencia que tales desacoples traerían). De algún modo, se puede decir que mediar supone un trabajo de respons(h)abilidad en cuanto que habilidad-para-responder en la ontología siempre asimétrica –las agencias están distribuidas, y cada parte tiene sus competencias y características concretas y diferentes del resto– de una capa de mundo específica.

Un lenguaje de patrones , el libro de Christopher Alexander y su equipo, fue de alta valía en una temporada de lo que se llamaba el grupo de estéticas del procomún, y luego se resituó en el encuentro internacional LabtoLab para grupalmente fabricar preguntas, compartir sensibilidades y explicitar necesidades o rechazos. Así, funcionó como una técnica de mediación para atender a vínculos dados o añorados en las zonas de encuentro que son los llamados «laboratorios ciudadanos» (atenciones que, por descontado, traen consigo una puesta en cuestión de los paradigmas del «laboratorio» y de la «ciudadanía» como categorías válidas para tales composiciones).

De forma muy escueta, puede explicarse el mecanismo interno del libro de Alexander et al. como un repertorio de elementos para la construcción de espacios de convivencialidad. Cuando los afectos mutuos (o sea, dos o más agentes afectan y son afectados recíprocamente) se hacen procedimentales e incluso infraestructurales, cabe señalar cierto patrón en esa composición de mundo. Y ahí es donde se ancla la función de esta técnica. Si, como sugiere el Comité Invisible, «el poder reside en las infraestructuras», parece oportuno identificar qué patrones persisten para medir los grados de transferibilidad, torsión, habitabilidad (more-living structures) o reescalado de las mismas.

El sofisticado trabajo de despiece infraestructural a base de atenciones politizadas y creativas de ítems casi arquetípicos que afectan a la «sustancia viviente» (sic) es lo que he decidido remediar aquí (es decir: cambiar de medio y/o ambiente) para compartir características que hicieron de Medialab Prado un espacio-tiempo de transformación para agentes en clara asimetría, pero también en cierta mutuidad. Así, voy ahora a probar la combinatoria de algunos ítems del lenguaje de patrones, de modo que quizás emerja la silueta específica de una memoria altamente densa en afectos, experimentos y luchas. O, dicho de otro modo, voy a desplegar ahora algunos patrones de Alexander et al. para recordar la complejidad colectiva de una materialización espacio-temporal que sorprendentemente fue tan situada e íntima como parcialmente replicable y abiertamente colectiva.

El patrón número 131 se llama «El flujo entre estancias» (The Flow Through Rooms) y parece apuntar más bien al tránsito de un interior a otro interior: «Concedamos a esta circulación interior de habitación en habitación una sensación de gran generosidad».

La entrada al sótano que entonces era Medialab Prado estaba arquitectónicamente compuesta por una escalera, una curva y una puerta inmensa y pesada. Es decir: un cambio de nivel, una alteración del rumbo y una demanda de fuerza de empuje. Esa composición reúne la rugosidad clave para uno de los cronotopos más estudiados por el filósofo del lenguaje Mijaíl Bajtín en narratología: el umbral. Los cronotopos son para Bajtín espacio-tiempos que ponen al personaje de una novela en unas coordenadas de alta significación; el cronotopo del umbral en concreto provoca un detenimiento reflexivo al pasar de una zona de la escena descrita a otra. Desplazando de la ficción a la experiencia de entrada a un espacio cultural, que el flujo entre estancias fuera una operación somática en condiciones de subterraneidad contribuía a, por un momentito, sentir el cambio de paradigma que ese umbral suponía: del eje de los museos Prado-Recoletos al área de experimentación que exige una toma de posición activa, implicada y curiosa… y un desprendimiento de los marcos disciplinares y las jerarquías de experticia que bien podían quedarse en esa curva, antes de entrar. Los cronotopos son ítems de peso en la imaginación («poética social») dialógica de Bajtín, y el del umbral provoca resonancia directa con la cuidadosa atención al flujo de una estancia a otra en el lenguaje de patrones.

No obstante, en Medialab Prado hay un umbral de otras dimensiones que también ofreció ricas controversias y momentos de cuestionamiento de diversos dentro-fueras: la fachada digital. Ahí, por ejemplo, el dentro-fuera del sistema de estigmatización y patologización psiquiátrica por motivos de disidencia sexual se puso en crisis con los contenidos propuestos por Toxic Lesbian, y el dentro-fuera de cierta ideología de lo institucional-público con proyectos como Un Barrio Feliz, usando la inmensa pantalla para denunciar las contradicciones del doble vínculo de vigilancia-sobreexposición por parte del Ayuntamiento de Madrid.

El patrón 18 se llama «Red de aprendizaje» (Network of Learning), y el 156, «Trabajo asentado» (Settled Work). Propongo combinar ambos para compartir un elemento clave de nuestro compromiso en Medialab Prado en ese momento. Por un lado, esta publicación hace evidente que lo que en Medialab sucede no es ni enseñanza ni formación, sino la afinada facilitación de condiciones específicas para los aprendizajes que puedan darse, siempre en colectivo. Obviamente, hay roles asignados y asumidos para esa facilitación, pero nunca son ortodoxos ni rígidos en un sentido escolar.

La alternativa al control social a través de las escuelas es la participación voluntaria en la sociedad a través de redes que proporcionan acceso a todos los recursos para el aprendizaje. (…) Estas nuevas instituciones deberían ser canales a los que la aprendiente tendría acceso sin credenciales ni pedigrí, espacios públicos en los que les compañeres y les ancianes que se encuentran fuera de su horizonte inmediato ahora estén disponibles.

Un proceso que tuvo una deriva especialmente luminosa en este sentido fue el del proyecto masterDIWO, de un grupo de mediadoras con voluntad de compartir sus herramientas, tiempos y materias de autoaprendizaje entre sí y con otras personas. Como alternativa a los ámbitos de formación académicos requerida por cuestiones tanto de contenido como de forma, compartimos durante unos dos años una intensa potencia de red de aprendizaje. Otros de los momentos más ricos por su continuidad y por la robusta comunidad que emergió de ellos son los Viernes Openlab: cada viernes, puertas abiertas para cacharrear y chacharear. El objetivo siempre era poner en común modos de hacer y de entender.

¿Qué entendemos por «trabajo asentado»? Es la labor que une todos los hilos de la vida de una persona en una sola actividad: la actividad se convierte en una extensión completa e incondicional de la persona que está a su cargo. Es un tipo de trabajo al que no se puede llegar de la noche a la mañana, sino solo mediante un desarrollo gradual.

Por otro lado, el asentamiento de esas sabidurías de facilitación era un reclamo que desde las practicantes de mediación cultural necesitamos hacer: nos parecía una pregunta de alta proyección política, epistémica y ética aquella acerca de si no sería pertinente que la mediación no fuera (solo) una actividad desarrollada en estadios «tempranos» de una carrera profesional, a cargo de personas en prácticas y precarias. Más bien, como el patrón 156, nos importó defender que cualquiera puede mediar; el reconocimiento del trabajo a medio-largo plazo de quienes despliegan esa sensibilidad y asimilan esa sabiduría permitiría sofisticar la práctica para poder comparar métodos, cruzar experiencias y transmitir lo aprendido a otras en condiciones laborales sostenibles. Al menos merecía la alegría probarlo.

El número 58 es el patrón del «Carnaval»:

Hay, en resumen, una necesidad de actividades socialmente sancionadas que son los equivalentes del sueño, pero en vigilia. (…) Actores que se mezclan con la multitud y te involucran, sin querer, en procesos cuyo final no puede ser previsto.

En muchas ocasiones, los aprendizajes y experimentos de los que cuidábamos en Medialab Prado tenían que ver con operaciones de desplazamiento de unos métodos, saberes o subjetividades ya conocidos y pulidos a otros más ajenos y sin duda por aprender. Un claro ejemplo es la «Install party de conceptos: P2P degenerado», una experiencia provocada por el grupo de género y tecnología en colaboración con Lucía Egaña Rojas y Miriam Solá que consistía en usar el formato de encuentro geek por excelencia –la install party con fines de traducción y discusión de sensibilidades feministas y queer que considerábamos latentes, pero no presentes en la cotidianidad de aquel sótano. La instalación sucedía no por infusión directa, sino por discusión. De este modo, el dispositivo no requería de un consenso para la instalación de un nuevo concepto, sino que solo con pasar tiempo juntas hablando de ello considerábamos que ya algo se había instalado a modo de pregunta y posibilidad en las experiencias múltiples de quienes ahí se dieron encuentro.

Podría seguir desplegando patrones y memorias, pero valga este escueto recorrido como invitación a seguir atendiendo cuidadosamente a los protocolos sociotécnicos que participan de forma activa en la constitución ontológica de los cronotopos para la transformación. En 2019, la innovación totalitaria sigue ganando presencia en nuestras cotidianidades y quizás solo si seguimos imaginando combinatorias no probables de estructuras oportunas para la vida, ciertas reparaciones urgentes y sin duda parciales puedan suceder.

Jara Rocha investiga, media y experimenta con los estudios culturales de la tecnología, desde una sensibilidad trans*feminista, siempre desde la interdependencia, en forma de texto, taller, instalación o performance.

Puedes descargar más abajo el texto íntegro con notas al pie y la publicación de la que forma parte: Laboratorios ciudadanos. Una aproximación a Medialab Prado.

Tipo de post
Blog
Autor
Arancha B