MadridForAll y GenZ. Ciudadanía global a pie de calle

GenZ

Por Carolina León

 

¿Es un campo de refugiados de la frontera entre Grecia y Albania un lugar como otro cualquiera para conocerse y trabar amistad? Probablemente no. Probablemente por ello la amistad que nació en 2016 entre cuatro madrileños desplazadas allí para asistir a quienes lo habían perdido todo es un pegamento especialmente fuerte que los impulsa desde entonces. «Quienes han visto lo que está pasando en los campos no lo olvidan…», dicen Berta, María o Miguel casi al unísono, pisándose unos a otros. Esta capacidad para coincidir, describir con las mismas palabras o ampliar lo que uno acaba de decir sin entrar en contradicciones me llama la atención desde el minuto uno en que estamos reunidos. Quiero conocer cómo ha cambiado la mirada o impactado en la conciencia de estos cuatro la experiencia del campo de refugiados, hasta concretarse en la puesta en marcha de una organización sin ánimo de lucro a su vuelta a Madrid, a principios de 2018: Mundo en Movimiento.

Coinciden, en palabras y voces, en muchas ocasiones; por ejemplo, cuando cuentan la frustración que acumulaban mientras se desenvolvían en el campo, al mando de distintas organizaciones humanitarias para las que debían cumplir normas, sin poder saltárselas aunque viesen otras opciones. Coinciden, al cabo de distintos periodos trabajando allí, en ser parte del magma de voluntarios de ONG que se sienten «hartos de esperar» a que la Unión Europea cumpla sus compromisos: las medidas mínimas y urgentes se posponen una y otra vez, y entonces se unen a la iniciativa internacional Sick of Waiting, que confronta al Parlamento Europeo con manifestaciones en cuarenta ciudades a fines de septiembre de 2017. Y coinciden en su regreso: después de años de trabajo en colaboración con entidades, de todo lo visto y aprendido en cooperación, tienen una sensación similar de fin de etapa. Pero lo que los hace coincidir del todo es ese momento de regreso a la capital: podrían haberse dejado llevar por la impotencia o la desorientación, pero en su lugar brota la necesidad de continuar fomentando cambios hacia una «ciudadanía global».

A principios de 2018, María Paramés, Miguel Serrano, María Peñalosa y Berta de la Dehesa se reencuentran, reactivan el vínculo y fundan Mundo en Movimiento. Sus cabezas bullen de ideas con las que canalizar sus inquietudes; tienen la experiencia suficiente y, sobre todo, el objetivo de entregar su energía a proyectos que impulsen esa idea de ciudadanía crítica, alerta, solidaria, inclusiva y diversa, donde lo único que sobre sea la discriminación. A distintas velocidades, media docena de proyectos comienzan a definirse: una acción socioeducativa con jóvenes para cuestionar la «normalidad» en nuestro entorno, un portal de información y opinión sobre derechos humanos, alguna obra de teatro, una investigación entre los refugiados saharauis en torno a la salud mental, una colaboración con otras entidades, acción social directa… Parece un equipo pequeño para desarrollar todo a la vez. Aunque cada línea de trabajo avanza en función de las alianzas que son capaces de tejer, desde el principio intentan ser un motor de cambio en las condiciones de vida de las personas migrantes.

En algún momento del viaje anterior, pasaron unos días en Atenas. Se encontraron en el conocido Khora House, un espacio social adonde llegan refugiados, solicitantes de asilo, hombres, mujeres y niños de una docena de nacionalidades al día… Todos y cada uno eran recibidos con un folleto que resumía los servicios gratuitos a los que podían acudir los recién llegados, ofrecidos por instituciones o colectivos, en la ciudad.

Un papelito

Aquel papel impreso los acompañó de vuelta, se arrugó, se perdió en mudanzas, pero la idea se quedó. «Lo vimos en Atenas y en Berlín, en Madrid tenía que ser posible». Aquello sirvió de disparador.

En los contextos primermundistas de esta Europa en crisis, en nuestras ciudades cada día más inmanejables, tendemos a confundir valor y precio; instituciones públicas o privadas suelen volcarse hacia la «política espectáculo» y se ofrecen al visitante siempre que traiga billetera; las ciudades exhiben sus encantos dependiendo del origen del pasaporte. Pero esto no describe a todas las ciudades, ni mucho menos al conjunto del paisanaje de las mismas. Los cuatro de Mundo en Movimiento lo conocen, porque han visto que ni en los peores escenarios la ciudadanía deja de ofrecer soluciones a quien tiene menos o nada. Es por eso que saben que existe otra ciudad, quizá debajo, más invisible o difícil de rastrear, que quiere colaborar a ofrecer una vida digna para todas las personas que la habitan, independientemente del sitio de donde vengan. Esa otra ciudad está diseminada en centenares de iniciativas. Solo toca juntarlas en un lugar.

«Una base de datos de recursos, con código libre, replicable, exportable, una herramienta digital, un portal informativo, un punto de acceso…», relatan entusiasmados. La idea a la que fueron dando forma al poco de crear Mundo en Movimiento, a la que llaman todo el tiempo «el mapeo», lleva el nombre oficial de MadridForAll. Sabían ya que la unión hace la fuerza, que el tejido asociativo se alimenta de energías individuales e iniciativas minúsculas, a las que les cuesta a menudo un gran trabajo ponerse en contacto en redes mayores. Pero esas soluciones, ayudas y recursos para quienes llegan a la ciudad y tratan de encauzar una nueva vida no estaban accesibles en un solo espacio, ni siquiera en las bases de datos de servicios sociales. Se dieron cuenta de que, si una recién llegada necesitaba orientación para lograr atención primaria de salud u otra buscaba algo de ocio gratuito en Madrid, tendría que reunir una gran cantidad de dotes de investigación y búsqueda (además de dominar el idioma) para encontrar lo que necesitaba sin desesperar.

Llevaron la idea a un evento llamado Hack4Good, organizado por Telefónica, en que se ponía en contacto a desarrolladores con iniciativas de innovación social. Su «papelito» por entonces tenía el nombre provisional de «Madrid acoge de verdad», y su idea entusiasmó a un equipo de informáticos («comolohaces»), que se apuntó a programarla. Durante ese fin de semana se logró un prototipo de la herramienta y resultó premiado como «mejor aplicación web para la inclusión social». Pero se trataba de un esqueleto vestido, que había que rellenar. Aquello estaba lejos de ser lo que habían imaginado. El resultado fue retomado más adelante por un amigo desarrollador, Carlos García Rodríguez, que colabora desde Suiza de modo altruista con el equipo.

Algunas de las ideas de Mundo en Movimiento ya estaban en marcha a distintas velocidades cuando, un día, pasaron por la puerta de Medialab Prado. Llámalo intuición, llámalo curiosidad… Traspasaron las puertas y el laboratorio les ofreció sitio para establecerse. Sin más trámite, se quedaron como un grupo de trabajo estable, aunque autónomo, y comenzaron las colaboraciones. Encontrándose en sus espacios, profundizaron semana tras semana en el «mapeo»: si la herramienta informática era importante, lo vital era la información que debía alimentarla. Llamando, anotando, consultando, recabando y confirmando datos, fueron recopilando todos esos recursos gratuitos a disposición de los migrantes en la ciudad, y dando cuerpo a la herramienta.

El «mapeo» creció y creció durante un año, aunque no se dan por satisfechos. Estiman que han conseguido recontar los recursos ofrecidos por sesenta y cinco organizaciones y podrían llegar a ser cuatrocientas. La «ciudadanía global», acogedora y solidaria está ahí, esperando a ser mapeada.

Vivir en Medialab Prado parte de este último año y medio, mientras, ha sido el germen para otras cosas. Ha servido para que se acerquen curiosos y se ofrezcan voluntarios (cuentan hoy con más de treinta), así como para entrar en contacto con otros proyectos residentes. Por ejemplo, encontraron sintonía con The Things Network, y el equipo contó con Mundo en Movimiento para participar en el Máster de Migraciones que imparte Ciecode en la Universidad Pontificia Comillas en 2019, invitados a presentar sus experiencias en una charla. Asimismo, descubrieron puntos en común con Grigri Pixel y están deseando aterrizar alguno para desarrollarlo en el futuro. Las sinergias se dan solas, dicen. Pero ha habido una, entre todas, que ha producido una conjunción similar a la de trabar amistad asistiendo a refugiados…

Y esto, amigos, también es una familia…

Un grupo de estudiantes de instituto, en el primer curso de bachillerato de artes, empezó a acudir a Medialab al comienzo del curso 2017-2018, con un millón de inquietudes aunque sin un objetivo claro. Se hicieron llamar GenZ. Paula, Lucía, Elisa, Nuria y Sandra, dieciséis años, cabezas bulliciosas y ganas de transformarlo todo a la vez: las ideas se amontonaban, sabían que querían incidir en el tema de la diversidad, pero ¿por dónde empezar? Tuvieron la suerte de contar con Marga F. Villaverde, mediadora en Medialab Prado, que cuidaba del proyecto MadridForAll en la casa. Esas jóvenes querían hacer cosas, y este equipo de trabajadores sociales quería hacer algo con jóvenes. Se conocieron y se preguntaron «¿trabajamos juntas?»; la respuesta fue «sí, pero ¿qué vamos a hacer?».

Un día alguien trajo un viejo juego de cartas. Y sucedió como con el papelito: algo material y simple disparó la imaginación. Probablemente ninguna de las chicas había visto aquello jamás, pero la «baraja de las familias de los siete países» había marcado a un par de generaciones. La baraja es un producto de la marca Fournier nacido en los sesenta del siglo xx (se sigue imprimiendo en la actualidad) en el que se representa a siete familias con seis miembros cada una: un abuelo, una abuela, un padre, una madre, un hijo, una hija. Así de binario todo, así de estereotipado. Las «familias», además, están concebidas con los atuendos y actividades que dicta el cliché para describir a distintos grupos étnicos: tiroleses, bantúes, mexicanos, árabes, indios americanos o mexicanos. A partir de este descubrimiento comenzó a materializarse el objetivo de la colaboración: la «baraja de las familias alternativas» sería el proyecto que diseñarían, guiados por Mundo en Movimiento. A esta la llamaron AKA Family Game, «el juego de las también llamadas familias».

Copiar siempre puede ser punto de partida para reinventar o remezclar la «normalidad». Las chicas de GenZ se entusiasmaron en la tarea de crear a siete «familias» o agrupaciones humanas (también no-humanas) que desafiaran la idea normativa, y ampliar así la noción de familia. Incluir cuanta más diversidad mejor era el objetivo. Combinaron técnicas de dibujo, fotografía o collage, diseñaron personajes e inventaron sus historias, los pusieron en relación y situaron a estas familias en distintas partes del mundo. Dentro coexisten parejas de chicos, una mamá con novia, adolescentes que deciden vivir con sus abuelos, una familia compuesta por animales rescatados, una mujer trans que emprende su nueva vida con un hombre viudo… En la baraja, se reservaron una de las series para representarse a sí mismas como amigas que eligen vivir juntas. Y eso también es una familia.

A finales del curso tenían listas las primeras cien unidades de AKA Family Game, el siguiente paso era poner a prueba el invento. En el verano, las estudiantes llevaron su baraja para dinamizar talleres en campamentos urbanos con niños de distintas edades. A medida que jugaban, se impulsaban a ir más lejos, pensando en nuevas posibilidades, en incluir más ejemplos y realidades. Cada una de las familias funcionaba como un disparador de ideas, apertura y relativización.

Las chicas de GenZ tienen un estilo comunicativo distinto al de los mayores con los que colaboran: cuando me encuentro con ellas casi no necesito preguntar porque quieren contármelo todo en tres segundos, se atropellan entre sí, se expresan con vehemencia… Es casi el final del segundo curso, han desarrollado algo tangible, pero me sigo preguntando: ¿qué lleva a un grupo de adolescentes de dieciséis y diecisiete años a pasar una o varias tardes por semana organizando contenidos, discutiendo ideas, promoviendo valores en un laboratorio cultural?

Y disparan frases que parecen formar un collage diverso y contestatario a la vez. «Para desarrollarse con plenitud, se necesitan referencias diversas; sentirse representados e identificados con los modelos ofrecidos puede salvar vidas», dice una. «Hemos intentado aportar nuestro granito de arena. La visibilidad y el reconocimiento a través de la representación son básicos», dice otra. Cada una de sus declaraciones es un mazazo sobre el tópico de la juventud descomprometida; han visto que pueden incidir para hacer más fáciles y dignas algunas vidas, ampliando mentes. Más allá de que estas cinco jóvenes ya eran amigas antes de GenZ, hay algo de este esfuerzo continuado que las hace insistir: «Nos conocemos y nos complementamos, y este trabajo nos enriquece (…). Se nos ha abierto un mundo; trabajar en equipo, codo con codo, todo este tiempo, ha sido un crecimiento increíble (…). Hemos roto la barrera esa que dice que los adolescentes no escuchamos, estamos aquí y hemos sido capaces de hacer esto por nosotras mismas (…). No se ha alcanzado a toda la diversidad», admiten, y se retan a más.

Durante el último curso, con las chicas encarando segundo de bachillerato, el grupo se ha dedicado a dar forma a los talleres sobre diversidad e identidades sexuales y de género a partir de la baraja. Una vez por semana, pase lo que pase, se siguen reuniendo con los miembros de Mundo en Movimiento.

La red social de amigos

Cuando me reúno con los responsables de MadridForAll, acaban de terminar su encuentro semanal con las estudiantes y tienen un par de horas para mí. Aún no se cumplen dos años de funcionamiento de la ONG y los proyectos en marcha –el mapeo es solo uno de ellos– parecen una barbaridad, asumiendo que son cuatro y solo dos de los miembros perciben un salario por media jornada de la estructura. Desde su fundación, la financiación ha sido desde luego un tema central de la organización, que va saliendo adelante entre dificultades. Cuentan con socios, que aportan una cuota mensual de pocos euros; reciben donaciones voluntarias de particulares o subvenciones de otras entidades. En concreto, durante 2018 pudieron rodar gracias al apoyo económico y técnico del Programa Doméstico de Oxfam Intermón, que apoya a ONG locales para determinadas iniciativas. Este año siguen esperando que se resuelva la convocatoria.

Recalcan con énfasis que no podrían haber hecho tantas cosas de no ser por los treinta voluntarios que se han acercado a colaborar en este tiempo. «La red social de amigos te quita de mucha pobreza», declaran, y saben que pueden contar con un equipo de ellos cada vez que se plantean una acción.

En especial, MadridForAll es hoy posible gracias a Carlos, el «informático con responsabilidad social» que vive en Suiza y ha creado las tripas del «mapeo» siguiendo las indicaciones de los activistas. Los datos, por ejemplo, son de poca utilidad si no se organizan: era necesario separarlos por su naturaleza, según se ofrecieran «servicios básicos», «salud», «educación», etc.; pero muy pronto vieron que debían introducir otro eje transversal para que los usuarios pudiesen llegar a los recursos segmentados en un par de pasos.

Así, algunos servicios son solo para mujeres, menores de edad o comunidad LGTB, o bien se ofrecen para migrantes de determinado origen. Alguien que acaba de llegar a Madrid y necesita, por ejemplo, ropa, podrá localizar rápidamente en la web qué asociaciones y colectivos donan prendas de segunda mano sin preguntar nada. Una familia refugiada podrá encontrar asesoría para lograr atención en sanidad. O un recién llegado contactará al colectivo que ofrece clases de español, informática o asesoría legal para regularizar sus papeles. La página existe y solo queda hacerla llegar a los usuarios potenciales: se plantean montar puntos móviles de información en las zonas con más afluencia migrante o repartir folletos informativos sobre su uso. Un «papelito» otra vez.

El producto final de MadridForAll, que sigue creciendo, es una web de veras sencilla, segura y replicable, que cualquiera en cualquier ciudad podría reutilizar tomando el código abierto y llenándolo de información útil.

Su enfoque sobre la «ciudadanía global» implica un doble movimiento: ayudar a quienes llegan a ser un poco más dueños de su situación; y, además, sensibilizar a quienes deben acoger, al europeo que disfruta de sus derechos de nacimiento y que hoy está expuesto a diario a discursos de odio sobre los «diferentes». Sienten «pena» y «rabia», dicen, sobre esa xenofobia creciente, pero también les hace trabajar con más convencimiento. «En el trabajo en el que creemos, la frustración es inherente». Desde ese lugar no hay impotencia que valga, y saben que no están solos, lo aprendieron en su experiencia en los campos de refugiados, y en Madrid se lo encontraron de nuevo.

Y se lo volvieron a encontrar con personas que no llegaban a los veinte años: esa generación que, dicen también los medios de masas, está despolitizada y no se compromete. En lo formal, quizá las chicas de GenZ son acompañadas por Mundo en Movimiento; pero es probable que pase también al revés. La generación de estas jóvenes ya está creciendo en un mundo en el que la diversidad es un valor y una experiencia cotidiana. Ahí está esta colaboración, una entre tantas, para hacer un poco más hospitalarias nuestras ciudades y promover cambios imparables.

Puedes descargar más abajo el texto íntegro con notas al pie y ficha del proyecto, y la publicación de la que forma parte: Laboratorios ciudadanos. Una aproximación a Medialab Prado.

Tipo de post
Blog
Autor
Arancha B